A lo largo de mi carrea como psicólogo clínico he atendido hombres que se resisten a crecer y a asumir su papel en la sociedad y la familia. Son hombres estancados en etapas infantiles y adolescentes del desarrollo psicosocial pues a pesar de haber alcanzado la mayoría de edad o tener 20, 30 o 40 años muestran dificultad para independizarse económica y afectivamente. Les cuesta trabajo dejar el nido de la madre y emprender por sí mismos la aventura de la vida.
Algunos de estos hombres actúan como Simba el personaje del Rey León cuando está en Hakuna Matata disfrutando de una vida de excesos, y amigos, pero carente de responsabilidad y compromisos. Otros son como el Príncipe Encantador de Shrek, infantilizados y mimados que buscan ser los ojos de su madre, y complacerla para que esta los siga amando y proveyendo de todo lo que necesita. Pero otros, se convierten en personajes de Dostoyevski, carcomidos por el resentimiento, el enojo, la ingratitud y la envidia que los lleva actuar de formas pasivo-agresivas y en algunos casos terminan actuando violentamente.
Varones así, experimentan una crisis de identidad que impacta negativamente su desarrollo psicológico, sexual, social y financiero. Son hombres que experimentan una infantilización psicológica. En Psicología Analítica le llaman la Infantilización del Anima resultado de la relación maternofilial cuando se generan dinámicas que impiden la maduración y masculinización del hijo varón. Y es que algunas madres actúan desde el lado oscuro del arquetipo de la Gran Madre, como le llamó E. Neumann, lo hacen desde la Madre Devoradora, una experiencia psicológica que transforma el amor en sobreprotección, devaluación o manipulación propiciando que el hijo se mantenga en un estado infantil y de dependencia que tiene por objetivo mantener el vínculo con la madre.
Dichas dinámicas de hombres infantilizados y madres devoradoras suelen darse en distintos contextos donde la debilidad o ausencia paterna, da pie a madres fuertes que sacan adelante a la familia y generan matriarcados que limitan el desarrollo masculino del hijo varón. Las hijas también se pueden ver afectadas en su desarrollo ya sea intensificando o debilitando la femineidad que las puede llevar a repetir el patrón dominante en su propia familia, o bien al otro extremo actuando desde la sumisión, o incluso desde la abnegación de su propia maternidad.
Volviendo a la dinámica de madres devoradoras e hijos infantilizados, recuerdo una señora que me visito cuando iniciaba mi práctica clínica hace muchos años. Se quejaba de que su hijo no hacía nada, jugaba vídeo juegos todo el día y no asumía responsabilidades. Le explicaba que esas conductas indeseables solían ser reflejo de procesos psicológicos comunes en la adolescencia pero que era necesario evitar que se estancara en ellos. Sorprendido quedé cuando me dijo “mi hijo no es un adolescente es un hombre de cuarenta años y tiene 2 hijos”. Le pregunté que cómo hacía su hijo para subsistir si es que jugaba videojuegos y veía TV todo el día, me contestó “le doy una mensualidad para que no le falte nada a él y a su familia.” Esa señora se equivocaba, a su hijo y familia podría “no faltarle nada” económicamente, pero le faltaba mucho en su proceso de convertirse en un hombre y a sus nietos les faltaba tener un padre y no una versión atrofia da de él.
Este tipo de madres no actúan por malicia. Algunas de ellas lo hacen porque así han sido “instruidas” en su cultura, por eso son tan comunes en países latinoamericanos. Otras lo
hacen porque la vida las ha golpeado y tuvieron que sacar la casta y después de tanto hacerlo es la única forma en que saben relacionarse con sus hijos. Otras lo hacen porque su identidad está íntimamente ligada y limitada al ser madre, por lo que renunciar a ser la que todo lo da por sus hijos es renunciar a su identidad representando una amenaza a su estabilidad psicológica. Finalmente, la soledad es un motivante encubierto muy potente, pues si la madree provee todo a sus hijos, estos nunca tendrán que dejarla.
En mi práctica he identificado tres tipos o manifestaciones de la Madre Devoradora. Es decir, tres formas de vincularse con sus hijos varones que conllevan distintas conductas, prácticas, formas de comunicación y expresión afectiva, pero que suelen derivar en la infantilización del hijo.
La primera es la Mamá Devaluadora, es la más evidente, pues minimizan o devalúa a sus hijos varones haciéndoles pensar que no son lo suficientemente capaces para convertirse en hombres independientes y que se valgan por sí mismos. Estas madres ofenden, menosprecian, o devalúan ya sea abiertamente diciendo “eres un incompetente, un bueno para nada” o de formas pasivo-agresivas “como tú no puedes yo tengo que hacerlo por ti” “por lo visto siempre tendré que cuidar de ti.” Su devaluación suele ser no solo al hijo, sino a los hombres en general actuando con superioridad hacia ellos o asegurando “todos los hombres son iguales” “son unos cobardes e incompetentes”
La segunda es la Madre Generosa que todo lo da, que se desvive por su hijo, es la sobreprotectora. Estas mamás se muestran ante sus hijos y los demás como mamás generosas, abnegadas, y grandiosas. Mamás que “daría todo por mis hijos” que proveen un ambiente perfecto, donde no hace falta nada. Proveen en lo económico y material, así como el afecto y la seguridad de maneras desbordadas. El hijo se siente tan cómodo de tenerlo todo que no le queda nada por salir a conquistar por sí mismo. Su masculinidad se ve atrofiada, pues ahora no
tiene conquista que hacer. Su mamá se ha encargado que nada le falte.
La tercera es la Mamá Víctima, es una combinación de las dos primeras, por un lado devalúa y se queja de tener que “mantener” a su hijo a pesar de tener treinta o cuarenta años, pero por otro lado sigue proveyendo lo que necesita y más para subsistir. Le hace sentir incapaz tanto devaluándolo como dando todo lo que necesita. Estas mamás suelen presentarse ante los demás como víctimas de sus hijos diciendo “no sé qué hice para tener un hijo así” “no sé hasta cuándo tendré que mantenerlo y soportar sus tratos”. Devaluación, cubrir las necesidades económica y victimización son los tres elementos que sostienen la relación de las Mamás Víctimas con sus hijos.
Estos tres tipos de madres necesitan confrontar una cuestión existencial para ellas y sus hijos: ¿qué será de mi hijo cuando yo no esté? ¿qué efecto tendrá en él que yo siga tratándolo como un hombre subdesarrollado? ¿qué efecto tiene en mí el que lo trate así? ¿por qué deposito en él mis necesidades psicológicas no cubiertas? ¿por qué lo he convertido a él en la compensación de mis problemas psicológicos? ¿qué logro infantilizándolo psicológicamente?
Pero los hijos tienen una exigencia existencial aún mayor y más grave que la de la madre, pues necesitan confrontarse con ellos mismos y cuestionarse ¿por qué estoy dispuestos a no asumir mi llamado existencial? ¿por qué me mantengo en una dinámica maternofilial que me infantiliza psicológicamente? ¿cuál es el temor que me impide independizarme y asumir la responsabilidad de mi existencia? ¿cuánto tiempo más decidiré vivir bajo la sombra de mi madre? Y es que tarde o temprano tendrán que dejar de culpar a la madre o al padre o ambos y asumir que su existencia es su responsabilidad o como Albert Ellis aseguraba, “Los mejores años de tu vida son aquellos en los que decides que tus problemas son tuyos. No culpas a tu madre, a la ecología o al presidente. Es cuando te das cuenta de que controlas tu propio destino”.
Un hombre de 20, 30 o 40 años que culpa a la madre por sus problemas también es un hombre que espera que ella se los resuelva y por lo tanto es un hombre que postpone el desarrollo de su ser. Una señal de madurez psicológica es la de aceptar, que para bien o para mal, se ha tenido a los padres y las experiencias en la vida que se han tenido, que la adversidad y la bonanza del pasado no tienen la última palabra, que lo que le define al hombre no es lo que le ha pasado en la vida, sino lo que está dispuesto a hacer que le pase en la vida. La masculinidad y el desarrollo psicológico del hombre está en las decisiones diarias y la determinación con la que se enfrenta a la existencia, en su determinación de levantarse día con día con el propósito de convertirse en el hombre que está llamado a ser y dejar el niño que fue, o como decimos en terapia para convertirse en el hombre adulto sano que él puede ser.
Los hombres infantilizados psicológicamente necesitan reconocer que su condición no es permanente, que puede terminar en el momento presente cuando deje de culpar a la madre y deje de esperar que la madre le de lo que él necesita. Su infantilización puede terminar en el momento presente si decide ser hoy una versión más cerca del hombre que puede ser. Lo que decida hacer hoy es lo que lo sacará de la dinámica devaluadora con la madre. Es él, más que la madre, el que tiene que decidir que ha sido suficiente, que ha llegado el momento de dejar Hakuna Matata y convertirse en el Rey León que está llamado a ser, que no puede seguir siendo el Príncipe Encantador para obtener beneficios de la madre, ni tampoco el ser Dostoiyevskiano carcomido por el resentimiento. La infantilización psicológica termina cuando él decide asumir la aventura de su vida, encontrar su propia mujer, convertirse en cabeza, en líder, en proveedor, y en protector de su propia familia. Pero si él no puede o decide no hacerlo, entonces la madre tiene que volver a plantearse las preguntas existenciales arriba mencionadas y preguntarse “¿cuánto tiempo más y a qué costo mantendré esto?”
El hijo que decida romper una dinámica así tendrá que enfrentar dificultades, no será fácil. Robert Bly lo ilustra extraordinariamente en su análisis de la historia de Iron John, y el pequeño niño que tiene que robar la llave de su libertad, desarrollo y masculinidad que se encuentra debajo de la almohada de la madre. El hombre que decide dejar al niño atrás enfrentará carencias, y retos, tendrá momentos que le hagan pensar que volver a la seguridad de la madre y mantenerse infantilizado sería mejor. Incluso puede que haya una reacción saboteadora de la madre dando más o devaluando más o victimizándose más. Pero si el hijo decide dejar de ser el hijo de mamá y convertirse en el hombre adulto sano que está llamado a ser podrá superar todas las dificultades e incluso, llegado el momento, ayudarle a la madre a relacionarse con él de una manera adecuada, con el distanciamiento y la cercanía de una relación de dos adultos sanos que se respetan, que se aman pero que se asumen como dos individuos en la independencia, no en la codependencia.
Saludos con aprecio
Dr. Mario Guzmán Sescosse
YouTube: @DrMarioGuzman
Podcast: Descifrando Laberintos
Seminario en línea: La Transformación del adolescente